jueves, 30 de junio de 2011

La Vendedora de Flores (Nicolás Valenti)

   
       Ahí me encontraba yo. Soy la de vestido rosa que sostiene las flores y la madre de los dos hijos que ayudan. Mi nombre es, Isabel Ramírez. La otra ayuda nos es brindada por mi hermana que vive con nosotros. Ahora que están informados de quién soy, les hablaré de como terminamos vendiendo flores en familia.
    Todo comenzó hace dos años cuando vivíamos como una familia saludable y feliz que se dedicaba a la producción de lana con ovejas. En realidad mi marido era el encargado del trabajo, yo ayudaba en la casa criando a los niños, dándoles de comer y también tejía para el pueblo para ganar una porción de dinero extra. No éramos una familia extremadamente rica pero vivíamos bien. Solíamos darnos un gusto de vez en cuando, nuestros hijos asistían a una buena escuela y teníamos la comida necesaria para todos. A todo esto, mi hermana, ayudaba a mi marido en esa época. Era su contadora. Lo asesoraba con todo lo que eran las cuentas del trabajo ovino, etc. Hasta acá éramos una familia feliz, hasta que mi marido fue llamado para el enlistado obligatorio del ejercito. 
    Resulta que mi marido estaba trabajando en el granero con las ovejas cuando le llego una llamada misteriosa de un hombre raro con una voz muy grave. Mi marido habló y con una expresión de terror y angustia en la cara me mencionó que había sido llamado por el ejército y que en dos semanas lo reclutarían para la guerra. Yo me quedé atónita y solo le pregunté cuándo volvería. Me explicó la situación, a donde iría y cuánto tiempo le tomaría. Lo peor de esta situación era que no sabía cómo informarles de esto a los niños. Después de tanto meditarlo tomé valor y me tomé el atrevimiento de decírselo. Al segundo que se enteraron salieron corriendo a abrazar a su padre. Luego de las dos semanas Él partió, junto con nuestra esperanza de volver a verlo.
   En fin, la noticia que ninguno de nosotros quería oír, llegó el 15 de diciembre de 1993, dos meses después de la partida de mi marido. El había muerto, fue herido por una bala en la médula espinal que lo dejó muy débil. Luego de dos semanas, falleció en la enfermería del campo de batalla. Su cuerpo, con nuestra aprobación, fue noblemente arrojado al río junto al campo donde luchó. Nuestra familia estaba devastada y sin esperanzas ya que ninguno sabía cómo mantener a las ovejas y con lo poco que ganaba tejiendo no alcanzaba, ya que yo era la única que trabajaba, porque el trabajo de mi hermana se fue junto con mi marido. A la tarde de ese día, mi hija había ido en busca de  tranquilidad a dar una caminata.                                                                                                     Cuando regresó, con mi hermana, nos encontabamos pensando en algunos trabajos que podríamos realizar para sostener a la familia. Ella nos acercó un ramo de flores y nos ofreció trabajar como vendedoras. Nosotras nos sentimos muy emocionadas con la acción de mi hija pero no le dimos importancia al trabajo. Al día siguiente, cuando desperté, observé por la ventana a todas las demás casas ordenando todo y decorando la casa con lo que parecían ser flores. Al instante recordé lo que nos había propuesto mi hija y lo discutí con mi hermana. Luego de unas horas, llegamos a un acuerdo y decidimos invertir el dinero que nos quedaba más la pensión que pocas veces recibía de mi marido en la producción de algo tan simple como eran las flores. Las primeras semanas fueron duras, poca gente en el pueblo nos compraba y nuestras esperanzas se agotaban. Pero resulta que un día, una vecina se acercó y nos compró un ramo. Al otro día yo me encontraba limpiando cuando ella se acercó y me mencionó que ayer a la noche se encontraba muy enferma y como le cautivó el aroma de las flores, se acercó a olerlo. A los 10 o 15 minutos, dijo que se sentía como nueva y llena de vida. Esta noticia se divulgó y llegó a una persona dueña de un laboratorio que se ofreció a examinarlas. A la semana, se descubrió que el aroma que estas flores expulsaban contenía partículas de una sustancia que era muy hábil para curar enfermedades. Esto fue lo mejor que nos pudo pasar a mi y a mi familia. Las flores se vendieron por montones e hicimos una muy buena cantidad de dinero, útil para sostener a la familia y pagar la escuela de los niños.
   Al pasar el tiempo, el negocio mejoró aun más y hoy en día somos la familia más rica del pueblo que se dedica a lo que nosotros llamamos “las flores curativas de María”, nuestra hija. Actualmente, todos juntos ayudamos en la producción de nuestras flores y honramos a mi marido con cada centavo que ganamos.


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